Hasta que el corcho haga pop: Seres Rosé, Valle de Guadalupe

Tiempo de confesión: hice trampa con este Seres Rosé, lo probé con unos amigos sin esperar mucho y me dieron ganas de hacerle un review, por lo tanto esta es la segunda botella que pruebo en un lapso de 2 semanas. Spoiler alert, vale mucho la pena probarlo (uyy, no me quería adelantar para que leyeran toda la nota, pero pues ya fue).

Vámonos al principio. Puede ser que solo viendo la etiqueta, haya gente que diga “ay no manches”, y los entiendo, yo dije lo mismo. Pero aguanten. Hacia rato que una etiqueta no me daba tanto para decir. Esta sí. Mucho. Primero, la imagen central es como un Miró de tres ojos, o se puede interpretar como dos personas fusionándose (es lo bonito del arte, cada quien ve lo que quiere). Lo más llamativo viene abajo y en la contraetiqueta. Este vino fue infusionado con cristales que vibran a la frecuencia del amor: 528 hercios. Hago un brevísimo detour para hablar de los 528 hercios. Según algunos estudios médicos, y una miríada de sitios de meditación, escuchar esta frecuencia es benéfica para los seres vivos, aunque la evidencia es inconclusa. Esto puede que a muchos les parezca un rollo muy new age. Pero aquí no se juzga al vino por su etiqueta.

La botella es transparente, lo que deja asomar su color. Es un rosé de intensidad peculiar, interesante, opaca, como de chicle. Además es turbio pues es un vino natural (claro que es un vino natural, muy alineado con su filosofía). No se si la tonalidad es por la uva o por los cuarzos con que lo infusionan, pero invita a tomarlo.

Como es bien sabido, mi olfato es malo. Igual este Seres me da un aroma conocido, recuerdo de muchos sábados por la mañana. Si me pongo técnico diría que es un poco de morrón, pimienta y algo fresco como tomate, pero la imagen que me llega es de chilaquiles verdes, con un dulzor por ahí. Quizás a eso huele la frecuencia del amor, a chilaquiles. Y al ser natural, el olor fuerte de la fermentación está presente.

Cuando lo pruebo, siento inmediatamente la acidez de los vinos naturales (de los cuales, dicho sea de paso, no soy muy fan), pero es suave y fresco en boca, algo de astringencia. Me gusta. Quizás no es lo típico que esperas de un vino rosé, pero te hace detenerte a pensar un poco en lo que estás tomando. El retrogusto aparece con un poco de picante, sin ser incómodo; unos chilaquiles a los que no les pusieron muchos serranos. Al final siento como si un trozo de terciopelo pasara por la lengua. De nuevo, es un vino para pensar, no para tomártelo en una fiesta gigante con vasos de plástico.

Aunque la tentación natural sea probarlo con mariscos, no lo tomaría con platos muy ácidos. Una tabla de fiambres y quesos quedaría excelente, agrégale unos higos, nueces y miel a la tabla y voilá. O mejor aún, media luz, sirve dos copas, pon “Suzanne” de Leonard Cohen, y marida este Seres Rosé con un beso de la persona que te dé mariposas en la panza.

“Then she gets you on her wavelength

And she lets the river answer

That you’ve always been her lover”

Y para aquéllos escépticos, yo tampoco es que crea mucho en estas cosas new age, pero más allá de que el vino es muy bueno, proyectos como Seres hacen mucho más interesante la movida del vino mexicano, y hay que tener los…erm… ideales bien puestos para lanzarse.

Toma nota: