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El pan y los legionarios romanos

El pan y los legionarios romanos

Los griegos eran muy hábiles para hacer muchas variedades de pan, en general a base de harinas y trigo, cebada- que luego se destinó a la elaboración de cerveza-, avena, miel a guisa de edulcorante, y aceite y queso como materias grasas.

En el “Banquete de los Sabios”, dice Ateneo que los griegos disponían de pan fermentado y ácimo, adoptado por los israelíes. Para elaborar los pasteles, que los hacían en gran cantidad, aromatizaban con semillas de adormidera, pimienta, sésamo, vino y clara de huevo.

El término general de plakous o pastel, se aplicaba a multitud de labores que se hacían con harina, queso y miel. Los coirinai eran especiales para ofrecerlos en las veladas mortuorias y se hacían con una mezcla de trigo tostado y miel para hacer más llevadera la vigilia.

Para los romanos el trigo era en la guerra lo que el petróleo es ahora: el combustible indispensable.

Para los romanos el trigo era en la guerra lo que el petróleo es ahora: el combustible indispensable. Se precisaban grandes cantidades de alimentos para sostener una guerra en la antigüedad. Un sitio a una gran ciudad podía durar varios años y en el interim muchos contendientes tenían que alimentarse sin producir nada, y en la práctica el único alimento que podía conservarse durante tanto tiempo era el grano.

La falta de trigo era la mayor calamidad que podían padecer las legiones romanas. “El ejercito – escribió Julio César en su Rerum Gallicum– pasó graves dificultades a causa de la escasez de grano, hasta tal punto que, durante algunos días, los soldados estuvieron sin trigo y tuvieron que ir a los pueblos cercanos para buscar ganado y combatir el hambre.” El problema es que el ganado en cuestión tenía más cuernos, pelos y huesos que verdadera carne…

Sin su ración de trigo en forma de pan, que se lo preparaban ellos, desde el mismo emperador Caracalla (hacía su barra y la colocaba junto a las cenizas del fuego del campamento para que se asara y luego se la comía), los legionarios no hubieran podido luchar o trabajar.

Como cosa curiosa el peor castigo era darles cebada. Así pues a los soldados castigados, a áquellos que se habían acobardado frente al enemigo en lugar de darles trigo les daban cebada. Era éste un castigo más eficaz que la ejecución de uno de cada diez hombres – diezmarlos – y fue un método ejemplificador enorme ya que todos sus compañeros podrían observar a los que tenían que tomar la comida de la vergüenza.

Algo así como cuando, siglos después, les daban cebada a los irlandeses que preferían morir a sufrir la vejación…

De la columna “Hojeando la historia con gula”, por Luis Marcet
In Memoriam
Este artículo fue publicado originalmente Maria Orsini, el arte del buen comer, Vol VI

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