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Viajes vinícolas: Borgoña en barco

No hay mejor definición de la buena vida que este viaje. Compañía increíble, comida exquisita, vinos suculentos y paisajes idílicos. Pero lo que lo hace verdaderamente digno de un bon vivant es el destino y el estilo de vida relajado, bucólico y dedicado a disfrutar cada día lentamente del que gozan los habitantes de los campos vinícolas de Borgoña y sus pequeños pueblos. 

De la mano de Turismo Exmar y Belmond Afloat in France, recorrimos Borgoña nada más y nada menos que abordo de una barcaza. ¿Qué es una barcaza? Pues no es ni un yate, ni una lancha, ni un crucero. Es un barco angosto y largo diseñado especialmente para navegar por canales y ríos pequeños. En francés se llaman barge o peniche, y como éste último nombre, son especialmente pintorescas, con apenas unos cuantos cuartos y espacios comunes pensados meticulosamente, sin perder de vista un solo detalle. 

Nuestro viaje vinícola comienza, antes de abordar, con una muy obligatoria parada en Chablis. Este pueblo comparte su nombre con la denominación de origen de la región. Chablis es conocido por sus vinos blancos a base de uva chardonnay, conocida localmente como beaunois. Además de recibirnos con sus casitas de cuento, nos toca de sorpresa el festival del vino de Chablis, donde diferentes productores de la región muestran sus vinos, y donde podemos catar infinidad de blancos. Los hay ligeros, minerales, florales, jóvenes, de guarda….en fin, podría seguir aquí todo el día, pero nos esperan para comer en Le bistrôt des grand crus.

Para la primer comida del viaje este restaurante es perfecto; degustamos platillos clásicos de Borgoña como los escargots, foie gras acompañado de brioche, filete en salsa de oporto con gratin de papas, y un espectacular paris-brest, un postre de pasta esponjosa llamada choux rellena de crema de avellanas. Todo lo acompañamos con vino blanco (denominación de origen Chablis, por supuesto) y vino tinto de borgoña. No dan ganas de moverse después de semejante festín, en buen espíritu francés, pero nos espera la barcaza y debemos retomar la ruta. 

Ya desde la carretera se empiezan a asomar los colores dorados del otoño, con árboles progresivamente más rojos conforme nos vamos acercando a las vides… y en cuánto llegamos a territorio vinícola, sí que explota el otoño: las plantas de uvas, de hojas rojas, chaparras y no hace mucho cultivadas, se enredan en hileras que parecen no tener fin, o al menos cubrir todo un lado de cada uno de los cerros que vamos bordeando. Es un paisaje que parece mandado a hacer para promoción turística, pero así es realmente como se ve la campiña vinícola francesa. Entre estas vides de tendencias impresionistas nos espera la barcaza Amaryllis, nuestra casa por los próximo tres días. 

La tripulación nos recibe al atardecer, con los últimos rayos del sol iluminando sutilmente el canal y la copa de champagne con la que inauguramos el viaje mientras escuchamos las instrucciones para vivir a bordo de una barcaza. En breve, las reglas de Amaryllis son: no metan las manos entre el canal y la barcaza, no se suban al techo, y disfruten de cada momento. 

Con nuestro capitán Richard, y su equipo, Aaron, Sarah, Heidi, Dan y el chef Greg, es fácil hacer caso de la última instrucción: disfrutar. Después de un recorrido por los 4 camarotes de la barcaza, todos decorados en un delicado estilo francés romántico y con espacios increíblemente bien aprovechados, nos instalamos para la hora del coctelito en lo que la cocina termina los toques finales de la primer cena a bordo. 

Greg prepara cada una de las cenas en la barcaza de Belmond con ingredientes locales que se consiguen durante el día y se inspiran en la cocina regional. Nos consienten con platillos como faisán rostizado, risotto de hongos silvestres, dorado con ratatouille o callos al sartén con escargots, por mencionar algunos. El tercero de los cuatro tiempos es tal vez el que más me emociona: el plato de quesos. Cada día degustamos tres diferentes, y para los amantes del queso, es toda una experiencia. Especialidades de vaca y de cabra como epoisses, morbier, brillat-savarin, roquefort y charolais de bourgogne son la forma perfecta de terminar la comida.

Como estamos en Borgoña, no pueden faltar increíbles vinos para maridar. De este departamento se encarga Dan, nuestro guía y apasionado del vino, y más o menos una enciclopedia viviente de la región. En cada cena catamos un blanco y un tinto, y a la par Dan nos enseña un poco sobre la clasificación de vinos de Borgoña, que se puede resumir en una breve pirámide invertida:

  • Regionales: vinos que llevan la denominación de la región entera, es decir, Borgoña.
  • Villages: vinos que llevan el nombre del pueblo o comuna, dentro de Borgoña, dónde están las vides de las cuales se producen, por ejemplo, Pommard.
  • Premiers crus: dentro de cada village o pueblo, hay ciertas parcelas que producen vinos de gran calidad por su terruño específico, por ejemplo, Pommard Premier Cru.
  • Grand crus: reservada únicamente a las mejores parcelas, estos vinos llevan el nombre directo de cada una de ellas. Solo el 1% de todo el vino de Borgoña se clasifica como Grand Cru, por ejemplo, La Romanèe Grand Cru.

Con esta primer cena e introducción a un viaje vinícola, pasamos a la sala para el digestivo y un buen momento de plática…y me siento casi como en una película, disfrutando verdaderamente de un momento único. 

La mañana siguiente nos amanece llena de bruma, fría y fogosa, y listos para zarpar. Amaryllis leva anclas (o bueno….Aaron desenreda los nudos que nos mantienen atados al canal) y a los pocos minutos el sol comienza a asomarse. Conforme la niebla desaparece, nos sentimos cada vez más dentro de un cuadro de Monet. ¡Que increíble paisaje! Hileras interminables de vides nos rodean, rojas, doradas y anaranjadas. Los patos se acercan a la barcaza a pedirnos un pedazo de pan a graznidos, y los habitantes de St. Léger pasan con las compras del día a un costado del canal. La barcaza tendrá que cruzar cuatro esclusas antes de la siguiente parada, así que tenemos tiempo para bajarnos y recorrer el canal en bicicleta: el paseo mas ameno y acorde con el destino, rodando suavemente en terreno plano, contra el aire fresco del otoño y el olor del campo en el aire. 

Tras este breve paseo en bici, nos espera una comida ligera a bordo para después visitar la bodega de Gérard Quivy, en el poblado de Gevrey-Chambertin. Aquí nos recibe el mismísimo Monsieur Quivy, quién lleva la bodega así como las parcelas dónde se producen sus vinos. Nos muestra una de las varias cavas, un escondite secreto. Detrás de un pasillo obscuro y unas escaleras húmedas y algo tenebrosas, se esconden barricas y barricas de vinos en proceso de crianza o añejamiento. Aquí hay vinos de todas las edades; desde los que apenas se metieron a barrica este año hasta vinos que llevan guardados en botellas más de 100 años. Es un lugar mágico, que invita a saber más del vino y su historia, pero arriba nos espera una cata de los vinos de la casa, en la cual podemos probar tres de las cuatro clasificaciones borgoñonas: villages, premier cru y grand cru.

Clos de Vougeot

Regresamos a la barcaza no sin antes hacer dos paradas claves: primero, la parcela de La Romanée Conti, de la cual se producen los vinos más caros del mundo con precios de hasta $20,000 dólares, y segunda, el castillo Clos de Vougeot. Esta ex-abadía se remonta al siglo XII, cuando los monjes cistircenses cultivaban las vides heredadas por los romanos. El vino tenía un éxito tal, que los monjes pudieron comprar, bardear y construir el actual castillo y las parcelas que le rodean. Hoy en día, es la sede de la Cofradía de los caballeros de Tastevin, asociación dedicada a la promoción y regulación de los vinos y la cultura de Borgoña.

Ambas paradas me dejan reflexionando: tal vez Francia ya no tenga monarquía, pero aquí el vino es definitivamente el rey. Está tan mezclado en la cultura, gastronomía, hábitos e historia de la región que es completamente inseparable de la identidad borgoñona. Me hace pensar, ¿y si los mexicanos le diéramos tal lugar al maíz…como sería nuestra relación con éste? ¿Cual sería el valor de nuestras milpas? Food for thought

Hotel de Dios, Beaune

Llegamos al último día de nuestro viaje vinícola y tras un delicioso desayuno a cargo de Greg, con sus correspondientes quesos artesanales, nos encaminamos a Beaune, la capital vinícola de la costa de oro, así llamada por el color de las hojas de las vides en otoño. Esta ciudad es pequeña pero llena de encanto; se le conoce como el “pequeño Paris”. Antes de pasear por sus pintorescas calles visitamos el Hotel de Dios, antiguamente un hospicio dónde se recibía a los enfermos pobres como si fueran ricos, dentro de un magnífico edificio del siglo XV con techos de coloridos mosaicos. El hospicio, como todo en esta zona, también producía vino para sustentarse desde su fundación, y a la fecha aún opera sus parcelas y presume la producción de excelentes vinos. 

El centro de Beaune es bellísimo, y además un gran lugar para hacer algunas compras, ya sea de vinos a muy buenos precios, o de productos locales como mostazas o embutidos. También es un gran destino simplemente para pasear o para sentarse en uno de sus varios restaurantes a beber una copa de vino o incluso a comer si el tiempo lo permite, aunque tristemente para nosotros no es el caso y debemos regresar antes de zarpar.

Nuestro viaje llega a su fin con la última cena a bordo, un suntuoso banquete a cargo de Greg acompañado de vinos que apreciamos cada vez mejor. Es el fin perfecto para esta corta escapada dónde pudimos disfrutar, aunque solo algunos días, de este estilo de vida idílico, gourmand, relajado, lento y a medida que ofrece la experiencia a bordo de una barcaza de Belmond. En tres noches ya siento que Amaryillis es mi casa y se me hace raro tener que irme, y no despertar y encontrarme a la tripulación para platicar sobre algún vino o queso. Pero el viaje ha llegado a su fin y tenemos que regresar a casa, aunque sin duda me quedo con una enorme sed de conocer aún más sobre Borgoña y sus vinos. Ni hablar, tendré que regresar. 

Toma nota

Viajes vinícolas: Borgoña en barcaza
Puedes reservar este viaje a través de Turismo Exmar.

Acerca del autor

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Editora del arte del buen vivir; bloguera apasionada del buen comer, todo lo boutique, hoteles, interiorismo, las terrazas soleadas y todos los animales.

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